Cuando Virginia vio a aquel grupo de lesbianas llorando, la bipolaridad que padecía se convirtió en cabreo. Simplemente. Lanzó el diario por los aires y se fue al jardín a podar un árbol con las tijeras más agresivas que pudo encontrar.
Y es que lo que Virginia acababa de leer en el diario era la aprobación de la famosa y maldita Proposición 8 de California (¿dónde está el California dreamin'?), aquélla que el 52% de los californianos apoyó en las elecciones del pasado 4 de noviembre y que dice que un matrimonio sólo es matrimonio cuando se da entre un hombre y una mujer.
Total que el Tribunal Supremo de California ha avalado el veto al matrimonio homosexual. Es decir que desde ya, no se van a conceder más licencias de matrimonio para parejas lesbianas y gays. Eso sí, los 18.000 matrimonios que se celebraron el año pasado, son totalmente válidos. ¿Alguien me lo explica?
Además y para ser un poco correctos y éticamente menos reprobables, el Supremo aclara que las parejas homosexuales tienen los mismos derechos que los heteros (yo, como mujer no los tengo, porque de ser californiana no podría casarme). Ah y por si quedaban dudas de su inmensa bondad dice que lo único que ha cambiado con la aprobación de la Proposición 8 es el uso del término matrimonio...
-Ya -dice Wonder Woman- pero resulta que justo lo que queremos es utilizar ese término, no te fastidia. Además, ¿alguien puede decirme entonces qué son las 18.000 parejas homosexuales casadas?
Lo importante es ver qué estan transmitiendo los californianos con estas leyes: que los homosexuales somos diferentes. Somos... otra cosa. Es decir que por mucho que se les llene la boca con palabras de igualdad y mismos derechos y todo eso, resulta que la realidad está diciendo que nunca vamos a ser iguales.
Eso es lo que queda grabado en la mente de todos.
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