11.4.13

El obispo de Alcalá me ha amargado el desayuno


El obispo de Alcalá dice que los niños dudan de su sexualidad por ideologías en la enseñanza   

 El obispo de Alcalá me ha amargado el desayuno otra vez. Dice que él jamás utiliza la palabra "homosexuales", cuando ya la estaba pronunciando y cuando él escribió en 2011 una guía para odiarlos.
"En la vida oirá de mi boca hablar de homosexuales, es una palabra que no empleo", dijo Reig. Esa palabra, ha pretendido puntualizar, significa "igualdad" —homo— y "diferente" —sexual—, y que "unir en una misma palabra igualdad y diferencia es una batalla política, no cultural". Vaya lío.

Será que en vez de usar la palabra homosexual, lo que hace el preladísimo es castigarla, torturarla y despreciarla. Eso es lo que quiere decir en realidad este hombre de cuello alzado y pelo teñido de blanco porque su pureza es un disfraz que precisa de maquillajes y otros aderezos. Este hombre dijo también que hay menos maltrato en el matrimonio católico que en las uniones civiles. Otra señal de su ignorancia, que tanto quiere ocultar tras maquillajes de corte talibán.

Como publica El País, en la presentación del Encuentro internacional por la vida, que tendrá lugar en la Universidad CEU San Pablo (los del CEU salen por todas partes, podéis ver mi entrada anterior), el prelado, obispo Homofóbicus por excelencia, también ha asegurado que la introducción de ciertas ideologías en el ámbito escolar provoca que los niños se planteen su condición homosexual.
¿Perdón, qué ideologías?

No contento con esta tontería, va y dice, respecto a unas declaraciones que hizo hace un año en una homilía en TVE: "Hablaba de niños que, llevados por una ideología, pueden dudar de su condición e identidad sexual y que a veces puede llevar a que uno pruebe si es de una manera o de otra. Probando pueden llegar incluso a prostituirse".

En fin, lo dicho: si la profesora de la universidad Cardenal Herrera CEU de Valencia era el síntoma, el obispo de Alcalá es la enfermedad.

10.4.13

La profesora es el síntoma

 










Que exista una señora que esté en contra de la homosexualidad y del aborto debería parecernos tan extraño como que una señora manifieste odio contra los heterosexuales y la maternidad. Ni más ni menos. 
Que esta señora dé clases en una universidad, debería parecernos una perversión y un abuso de poder, por no decir un adoctrinamiento (palabra muy de moda últimamente entre las clases políticas que más adoctrinan) radical.
Pero que exista una asignatura en una universidad de Periodismo que lleve por título Doctrina Social de la Iglesia, eso es una aberración y a quien se le haya ocurrido instaurar esta asignatura como obligatoria se le debería ingresar en un centro para rehabilitarlo (cosa poco probable) de su talibanismo consagrado. 

El caso de la profesora de la Universidad Cardenal Herrera -CEU de Moncada (Valencia), que pronunció en su clase frases tan exquisitamente sádicas como “Aunque tu marido te sea infiel, la verdadera prueba de amor es seguir amándole con lágrimas en los ojos, como Jesús lloraba en la cruz”, “las mujeres maltratadas no deben separarse porque eso es amor” o “dentro de lo terrible de la violación sacas algo bueno, que es un hijo, un don de Dios”, nos recuerda, como siempre, que continuamos viviendo en una sociedad en la que determinados sectores se encierran en un fanatismo que hace peligrar los derechos básicos de cualquier persona. 

La profesora puede parecer un problema, pero en realidad es el síntoma.