17.6.10

Día de homofobia trasnochada



Portal de l <span class=

Cuando, en medio de Portal de l'Àngel, vi a aquella señora, de falda marrón y camisa amarilla pálido, tan pálido como su cara, oculta tras una gafas de montura de concha marrón y descascarillada, pensé que iba a cogerle uno de los papelitos que daba a los transeúntes porque, me convencí, si no acababa de entregar todo el fajo de papelitos, no cobraría los 10 euros que necesitaba para poder pagar la luz.

Y lo hice. Pasé por su lado, vi cómo alargaba el brazo y, sin apenas mirarla, le cogí el papel, lo doblé y me lo guardé en el bolsillo, pensando que al menos aquel mes no le cortarían la luz. Después, me arrepentí. Porque al cabo de media hora, ya en el metro, al ponerme la mano en el bolsillo recordé el papelito y sonreí al pensar, de nuevo, en mi buena acción.

Pronto todo cambió.

El papelito en cuestión se titulaba ‘Ponte bien con Dios’.

¿Ponte de ‘me pone’? ¿O de fumar un cigarrillo de la alegría, de aquellos que te llevan a la gloria? ¿Ponte de colócate al lado para la foto? ¿O qué? Porque empecé a cabrearme nada más desdoblar el papelito

“Piénsalo bien, ni los afeminados ni los que se echan con varones, ni las que se echan con mujeres heredarán el reino de Dios (1 co 6:9). Esta reservada para ellos la más terrible destrucción y tanto su alma como su espíritu arderán eternamente en el infierno”.

Este texto, mal acentuado, es lo que había impreso, entre otras lindezas apocalípticas en el trozo de papel de la señora de gafas grandes. Como colofón, el papel proyectaba, además, la siguiente frase, que yo veía salir de los labios de la señora que se reía de mí desdibujando su rostro en una horrible mueca de crueldad:

“Recuerda que Dios te ama, lo único que no ama es tu práctica sexual”.

Para rematar el papel y casi sin espacio, la señora me invitaba a “hacer” una oración para renunciar a mi homosexualidad. “Te pido que me perdones, me cambies (…) Quiero estar en el cielo eternamente contigo”. La última frase es la que yo le propongo a mi mujer cada día de mi vida, por cierto.

Firmaba esta sarta de estupideces supersticiosas un centro cristiano evangélico, que no nombraré. Además del cabreo (cabreo por pensar que yo había sentido compasión, la budista, que no la católica, por esa mujer que era una inquisidora), me vino a la mente una pregunta para la señora: ¿en serio piensa que dios va a perder el tiempo en estas nimiedades mientras hay tantas tragedias por resolver, como, por poner un ejemplo que ya me confunde, que haya personas mayores, solas, que no pueden llegar a fin de mes?

Ahí no se acabó mi jornada de homofobia. Leí al llegar a casa el caso de la Policlínica Tibidabo, que aseguran poder curar la homosexualidad (por suerte la Generalitat le ha abierto expediente).


Abren expediente a una clínica barcelonesa que 'cura' la <span class=


Por un momento pensé que la señora, a la que ya veía de color amarillo, como su camisa, había sido una monja, lesbiana y se había reconvertido en la Policlínica Tibidabo (vocablo latino que significa ‘te daré’, expresión utilizada para decir, por ejemplo, en plan despectivo y psiquiátrico en este caso: Ya te daré yo). Y que tras meses de terapia en este centro, que tiene un apartado de planificación familiar natural, 'sin medicamentos o dispositivos mecánicos' (suena a 'todo a 100'), había enloquecido y se había volcado en la evangelización y que, pronto, acabará asesinando a alguien en la calle porque no aceptará cogerle el papelito amarillo.


Y pensé, con alivio, que por suerte no sería yo que sí había aceptado aquel panfleto gracias al cual he podido completar la entrada del blog de hoy. Amén.


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