22.12.07

Las muñecas de famosa...
















Chic@s, Mara me dice que so deje estas fotografías de sus muñec@s para acabar el año con colorido. Superwoman ha triunfado este año con Wecandoit y con una enigmática mujer plateada que ha llegado del espacio, donde, según una miga mía que es escritora, hay un planeta de mujeres siderales. ¿Será ésta, Isabel, una de ellas? De cualquier manera, el álbum que deja Mara no recoge todas las experiencias vividas en un 2007 que muchas deseamos dejar ya atrás. La Liga de las Lesbianas Planetarias (y ahora una mujer plateada extraplanetaria) ha intentado desenmascarar a impostores de todas las calañas y os promete seguir haciéndolo.
Para el 2008 sólo piden que se
abran los armarios, se callen para siempre las bocas lesbofóbicas y salud, mucha, mucha salud.


Para acabar, me ha encargado que os recomiende una lectura:

"El hombre del salto", de Don DeLillo, Seix Barral, 2007

A partir del atentado del 11-S en Nueva York, el autor elabora una ficción para reflexionar acerca de la falta de comunicación, la soledad y de cómo una tragedia puede desmoronar (como se desmoronan las Torres) a las personas mientras intentan recuperar de nuevo una normalidad que se ha ido para siempre. La búsqueda del sentido de la vida y la lucha por superar el drama vivido son algunos de los temas que aparecen en la novela. La caída de las Torres deja al descubierto, no sólo la fragilidad de un imperio como el norteamericano, de nuestra propia cultura occidental, absolutamente vacía, sino también la fragilidad de las relaciones humanas y la vulnerabilidad de las personas.

El germen de esta novela (la fotografía de un hombre que salía envuelto de polvo y cenizas de la Zona 0, llevado un maletín) resulta un buen estímulo para comenzar a leerla. Saber no lo qué paso, que se sabe y se ha analizado por A y por B, sino cómo un individuo supera la tragedia que supuso el 11-S y se enfrenta a una especie de nuevo nacimiento resulta atractivo y abre numersos interrogantes que incitan a la lectura : ¿quién era el hombre de la foto?, ¿vive en Nueva York?, ¿qué hacía caminando por Manhattan lleno de polvo y con el maletín? ¿es suyo el maletín?, ¿a dónde se dirige?, ¿tiene esposa e hijos?, ¿trabajaba en las Torres?, ¿tiene amigos que fueron víctimas del atentado?...

Resumen:
El que espere encontrar un relato minucioso y dinámico de lo que ocurrió el 11-S, que se olvide de este texto. Por otro lado, antes de explicar el resumen argumental hay que aclarar que por su estructura, en tres partes, cada una de las cuales se estructura a su vez en fragmentos, se hace difícil elaborar un resumen continuo.
El autor utiliza ese hecho trágico de los atentados como excusa y punto de partida para hablar de la vida de Keith Neudecker, un hombre que logra escapar del horror de las Torres Gemelas de Nueva York, donde trabajaba en una oficina.
La novela empieza con Keith emergiendo de una nube densa de polvo, está cubierto de cenizas y cristales, tiene rastros de sangre y de piel en la ropa y se aferra a una maletín que no es suyo mientras se dirige, sin saber por qué, a casa de su ex esposa Lianne y su hijo Justin.
Después de llevar a Keith al hospital, donde le diagnostican una lesión en el brazo que le obligará a hacer ejercicios de recuperación, Lianne le pregunta por qué ha regresado a casa. Ante el silencio de su ex marido ella misma se responde: “Por tu hijo, por Justin, para que vea que su padre sigue vivo”.
Lianne le explica a su madre Anne que Keith ha vuelto con ella. La madre, que mantiene una atípica relación con un supuesto marchante de arte europeo de pasado oscuro y dudoso, le recuerda su opinión sobre Keith: es un amigo, nunca será un amante.
Keith devuelve el maletín a su propietario, que es una mujer, Florence, con la que inicia un affaire durante el cual no dejan de recordar los momentos de la tragedia en un diálogo que no lleva a ninguna parte, a ninguna conclusión, hasta que deciden dejar de verse con la misma inercia y desapasionamiento con los que habían decidido ser amantes.
Su hijo Justin, con otros niños de su barrio, reacciona pensando que es posible evitar otra tragedia parecida si vigilan continuamente el cielo con unos prismáticos, también permanece sin hablar unos días y después empieza a hacerlo alargando mucho las sílabas. Los niños se alejan de los adultos y, en su mundo, confunden el nombre de Bin Laden con el de Bill Lawton ( la pronunciación en inglés puede ser parecida) en una referencia a, de nuevo, la fragmentación de la información que reciben por parte de los padres y las cadenas de TV.
La esposa de Keith coordina un taller de escritura para enfermos de Alzheimer (una nueva referencia a lo fragmentario, como la estructura del libro), ya que su padre se suicidó cuando estaba en los primeros estadios de la enfermedad.
A lo largo de la narración Keith, igual que el resto de los personajes, intentan encontrar un sentido a lo ocurrido y recuperar sus propias vidas. Él elige el juego, una reminiscencia de su vida anterior al 11-S, cuando se reunía una vez a la semana a jugar a póker con sus amigos, la mayoría de los cuales han muerto en las Torres (el autor narra el momento en que Keith se encuentra con uno de ellos, después del impacto de uno de los aviones en las Torres, y cómo al intentar evacuarlo, muere en sus brazos).
Participar en las partidas de póker que se celebran por todo el país es lo único que tiene sentido para Keith, en su intento por recuperar su vida tal y como era. Las miradas y los movimientos de los jugadores, la concentración que exige el juego y la facilidad de llevar a cabo la decisión de cambiar o arrojar las cartas sobre la mesa, parece dar sentido al hecho de haber sobrevivido a los atentados.
Para Lianne, en cambio, nada tiene sentido. Su búsqueda de una explicación en la iglesia, a la que empieza a acudir sin saber muy bien por qué, fracasa. Lo único que la hace reaccionar es la visión macabra del “hombre del salto” (aparece dos veces, pero está siempre presente), un artista de la calle que, vestido de ejecutivo, se lanza al vacío desde edificios altos y puentes, atado con una cuerda y en la misma postura que una de las víctimas del 11-S, inmortalizado en una de las pocas fotografías que se han visto de los que se arrojaban desde las Torres.
Otro personaje que marca el contrapunto al absurdo de las vidas de Keith, Lianne, Justin, Anne y su amante es Hammad, uno de los terroristas suicidas. Su visión del mundo es contraria a la de Keith y Lianne: el piensa que el mundo cambio primero en la mente del hombre que quiere cambiarlo.
De Hammad nos explica el fragmento de su vida que va desde su entrenamiento en la yihad hasta el momento en que se encuentra dentro del avión que ha secuestrado justo antes del impacto contra la Torre, momento en que el autor utiliza una prosa dinámica y rápida que contrasta con la prosa descriptiva y detallista de gran part6e de la novela (por ejemplo, de las partidas de póker de Keith).
Las historias entrecruzadas de los personajes van evolucionando a partir de las pautas que he señalado, esta inútil búsqueda de un sentido, hasta llegar al final del libro, que acaba con un flash back del momento anterior a que todo empezase, es decir, el instante en que el primer avión, con Hammad en él, está a punto de estrellarse contra una de las Torres Gemelas de Nueva York.

Valoración:
Se trata de una obra que invita a la reflexión. No se trata de mero entretenimiento o de una exposición lineal de los hechos. Es dura, difícil de seguir, a veces, y se presenta como una gran metáfora. El desmoronamiento de las Torres y la nítida imagen de la caída de un hombre al vacío, que está grabada en la retina de Keith, se convierten en una metáfora del desmoronamiento no sólo de Occidente, sino también y más importante, de los personajes de la novela y sobre todo de sus relaciones. En medio de una Nueva York conmocionada, la aridez de la comunicación entre los Neudecker no resulta extraña ni inverosímil.
Todos los personajes buscan sentido a sus vidas. A todo lo que les sucede. Unos lo hacen, como Hammad, el terrorista, refugiándose en el fanatismo, otros, como Lianne, lo intentan buscando la explicación ante un Dios que permanece mudo, como mudas están las personas. Pero, a Lianne le hace reflexionar más el hombre encorbatado que se arroja al vacío, atado a una cuerda (una clara metáfora de una forma de vida occidental, que, acostumbrada al éxito, es incapaz de remontar una tragedia como aquella), que un hombre crucificado. Algunos como Neudecker encuentran el sentido en una mesa de juego.
Filosóficamente la novela nos dice con una claridad sobrecogedora que estamos solos y que las personas somos tremendamente frágiles y vulnerables: hemos perdido la capacidad de reacción. Actuamos por inercia, sin pensar, sin reflexionar (como el affaire que se establece entre Keith y Florence, desapasionado).
A destacar la manera en que está escrita. Es más importante lo que no se dice que lo que se explica. La forma es muy efectiva en el sentido de que está construida a golpes de silencio, a fragmentos, a párrafos. Todo está desmenuzado, como las Torres, como la memoria de los enfermos de Alzheimer, como la información y como nuestras vidas. Y cada párrafo, nos invita a reflexionar. El final del libro es un grito: ¡párate y reflexiona! Piensa en lo que has leído, en lo que tienes, en lo que deseas, en lo que eres, en lo que ha pasado.
La coherencia literaria de Keith, Lianne, Anne, Justin, Florence…, de sus pensamientos y de cómo reaccionan ante los sucesos, los convierte en personajes redondos, con volumen, porque son absoluta y humanamente imperfectos: Keith, que engaña a su ex con otra mujer cuando se supone que está intentando salvar lo que queda de su matrimonio; Lianne, que intenta creer en Dios como si la fe pudiese comprarse en un supermercado cuando la necesitas; Hammad, que se prepara a sangre fría para morir por una idea… Otros aspectos positivos son la proximidad histórica de los hechos que narra y que el autor no se permite ni un solo juicio moral ante las acciones de sus personajes ni ante el drama de los atentados.

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